Las técnicas para hacer la lectura más rápida y eficaz se desarrollaron a principios del siglo xx. Los primeros estudios tu- vieron un origen sorprendente: la aviación inglesa. Durante la Primera Guerra Mundial, algunos pilotos no eran capaces de reconocer los aviones avistados en la distancia. Un problema grave, sobre todo en situaciones de peligro extremo. Los tácticos británicos empezaron a trabajar para idear una solución y crearon un aparato llamado «taquistoscopio», que proyectaba imágenes en una pantalla a intervalos de tiempo modificables. Reduciendo gradualmente el tamaño de la imagen y su tiempo de permanencia en la pantalla educaban el ojo del piloto, y este se acostumbraba a reconocer con mayor facilidad y, sobre todo, mayor velocidad los aviones. Así descubrieron que el ojo humano es capaz de reconocer imágenes extremadamente pequeñas tras haberlas visto durante una cincuentésima de segundo.

Una vez identificada dicha capacidad, pensaron en utilizar la misma estrategia para mejorar la lectura. Con la ayuda del taquistoscopio, proyectaban en la pantalla una sola palabra durante un intervalo de tiempo bastante largo; después iban disminuyendo constantemente su tamaño y duración. Al final llegaron a mostrar cuatro palabras a la vez y a educar el ojo para leerlas en una cincuentésima de segundo.

Durante muchos años, los cursos de lectura rápida se basa- ron en este ejercicio, conocido como «entrenamiento en pan- talla fija», realizado con tarjetas didácticas o con un taquistoscopio, que permitía a los alumnos doblar la velocidad de lectura. Pero muy pronto descubrieron que la mayoría de ellos perdía la nueva capacidad poco después de finalizar el curso.

En los años sesenta, algunos investigadores, entre ellos la estadounidense Evelyn Wood, impulsados por los grandes avances en la lectura que habían obtenido personajes célebres, como el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, empezaron a comprender mejor el funcionamiento del ojo en la fase de lectura y almacenamiento de datos, y añadieron a la técnica de entrenamiento en pantalla fija una nueva serie de ejercicios que, por primera vez, logró derribar la barrera de las 1.000 palabras leídas por minuto. Con estas nuevas bases surgieron las escuelas de lectura rápida o dinámica, que siguieron desarrollando las capacidades. Hoy en día, el lector más rápido del mundo, el estadounidense Sean Adams, ha alcanzado el nivel de 3.850 palabras leídas por minuto.

 

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